Hoy os traemos un tema que seguro que os enciende. Y es que pocos son los que pueden estar libre de este pecado. Hablamos de la Lujuria, el pecado capital que condena a aquellos que se dejan llevar por desenfrenado impulso sexual.
La lujuria es uno de los pecados capitales, es decir, aquellos que atentan más directamente contra los valores fundamentales de la iglesia católica. Y aunque en estos días cada vez son más a los que le resulta indiferente la condenación eterna, en la historia hay mucha literatura sobre aquellos que deciden que amar a los demás es más importante que amar a Dios.
Etimológicamente la palabra lujuria, de origen latino, no se refiere al sexo, sino a las riquezas y al lujo, asociado a los ricos y poderosos. Los cuales también eran dados a caer en pecados como la gula o el sexo desenfrenado. Y quizá de ahí la palabra cambiase de significado.
El caso es que los que pecan de lujuria tienen un espacio propio en el infierno para purgar sus pecados. Según cuenta Dante en la Divina Comedia el Segundo Círculo de Infierno esta reservado a los lujuriosos, estas almas están condenadas a ser impelidas por un fuerte viento que las embiste contra suelo y paredes, las agita y las hace chocar entre ellas sin descanso, de la misma forma que en vida se dejaron llevar por los vientos de la pasión.
En este vendaval se encuentran personajes históricos como Cleopatra y mitológicos como Helena de Troya y Aquiles.
Bearoid nos pone a bailar en su tema “Vino y pizza 4 quesos” mientras nos cuenta los primeros compases de la atracción sexual.
Y no solo la religión católica castiga la lujuria, en la antigua Grecia existían las Erinias, o Furias, tres fuerzas primitivas anteriores incluso a los dioses olímpicos por lo que no se sometían a la voluntad de Zeus. Su misión era vengar los crímenes más horribles y había una en concreto, Megera, dedicada a vengar los pecados de infidelidad.
También hay una leyenda que previene a los infieles, la del rey Minos (el del laberinto del minotauro) al cual, su mujer, cansada de sus aventuras extramaritales, le maldijo de manera que cada que vez que tenía relaciones con otra mujer no eyaculaba semen sino serpientes, escorpiones y escolopendras que hacían morir a todas sus amantes.
En ‘Solo tu amiga’ Casero nos plantea ese anhelo prohibido de desear a quien ya tiene pareja y no poder evitar pensar que pasaría si, sin olvidarse de la culpa con esa frase de “quiero tu peso en mí conciencia”.
En nuestros tiempos modernos también ha habido muchas personas preocupadas por los desmanes sexuales, entre otros el inventor de los cornflakes de Kellogs.
John Harvey Kellogg era un médico, muy religioso y muy estricto, que se oponía a toda actividad sexual, incluso el sexo dentro del matrimonio, y además consideraba que la masturbación era causa de enfermedades como cáncer, impotencia, epilepsia, desequilibrios mentales y debilidad física, por no hablar de la corrupción moral.
El caso es que trabaja en un hospital psiquiátrico con su hermano y consideraba que los alimentos salados o picantes incrementaban la libido y por lo tanto incitaban a la masturbación así que descubrieron la manera de hacer unos copos de maíz que mezclados con leche seguro que le quitaban las ganas de toquetearse a los pacientes. Si alguna vez habéis probado los Corn Flakes, los del gallito verde (mira como nosotros), sabréis que las ganas de masturbarse puede que no, pero son tan insípidos y sosos que las ganas de vivir si que las quitan si los tomas para desayunar.
En su momento los cereales lo petaron y se pusieron a hacer más copos de diferentes tipos, y el hermano Kellog menos estricto pensó que por echarles un poco de azúcar y venderlos en las tiendas no se iban a condenar al infierno, cosa que no le hizo ninguna gracia al doctor John Harvey. Pero el capitalismo es el capitalismo así que una de las primeras campañas de márketing de los cereales fue regalar una caja de Corn Flakes a cualquier mujer que guiñase un ojo a su tendero. Una vez más, la lujuria se abre camino.
En ‘Atracción sexual’, Grasias nos plantea una forma de amar en la que la lujuria no tiene cabida, y es que frente a la presión social que incita a disfrutar del sexo a la menor oportunidad, hay personas que no sienten ese vendaval del deseo del que nos prevenía Dante.